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jueves, 23 de junio de 2011

- Soy de lo más simple. No soy aquella chica alta, con un pelo larguísimo, que sale a la calle dispuesta a comerse el mundo y lo hace. No soy ese tipo de chica que hace distinciones entre las rubias y las morenas. No soy el tipo de chica que se deja llevar por la opinión pública de la gente, y que hace cualquier cosa para cambiar su personalidad, no soy así, pero en realidad no me importa mucho lo que los demás piensen de mí, pero en el fondo duele, más aún duele cuando hay algún descalificativo por parte de la gente a la que quieres. No soy esa chica que procura quedar bien, procura hablar bien de todo el mundo y actuar a la perfección para que nada salga mal, no, hablo mal de aquellos que no tienen importancia para mí y me dan motivos para hablar así de ellos, no trato de actuar a la perfección porque cualquier acción es imperfecta, bien sea por el tiempo, lugar o espacio, lo posiblemente perfecto, resulta imperfecto. No soy aquella chica que desea que llegue el viernes sólo para hacer apuestas con sus amigas tratando el número de chicos a los que se va a acercar. Al contrario. Soy aquella persona que sale de casa con una coraza, aquella persona inestable, que puede estar un día riéndose a carcajadas sin parar y sin embargo al día siguiente llorando como una magdalena por una paranoia absurda. Soy aquella persona inestable, sí, un poco bipolar. Aquella que se deja guiar por las primeras impresiones, eso no quiere decir que también me deje llevar por los comentarios de la gente. No, conocer a una persona, se trata de experimentar. Soy aquella persona que se ha enamorado muy pocas veces, pero que cuando lo he hecho, ha sido de verdad, con el corazón en un puño. Soy aquella persona que ha fracasado en el amor y aún hoy sigue soñando con el príncipe imperfecto. Creí en los cuentos, en las historias de princesas, en las Barbies, en las Nancis, creí en todo tipo de Ken, y lo único que me he llevado a lo largo de la vida han sido ostias. Se trata de ver el pasado desde otra perspectiva, dejarle a un lado, tenerle bien pisado, pero sin en cambio, hay veces que todo eso se vuelve superior a mí, y cualquier hecho me hace recordarlo.
Soy aquella persona desconfiada, que no se fía ni de su propia sombra, porque quizá todo la haya hecho desconfiar. Confío en pocas personas, pero sé bien en quién lo hago.
Soy aquella persona que no se cansa de dar segundas oportunidades, pero la agota tener que esperar una verdadera.
Soy aquella persona pesimista, que no ve el lado positivo de las cosas hasta que no lo tiene delante, soy de esas que me cuesta creer mucho en que algo salga bien. Pero... ¿sabes por qué? Porque la vida me ha hecho ser así. Me han enseñado que los viernes y sábados están para pasarlo bien, salir, beber y el rollo del siempre, que lo bien que comienza el fin de semana, se jode el domingo al tener que estudiar, que no hay peor comienzo que un lunes. He aprendido que cuánto más arriba subes, más cerca de tocar el cielo estás, mayor es la ostia que te llevas al bajar.
¿Y sabéis qué? Ya no tengo ganas de nada. No tengo ganas de enamorarme, porque me aterroriza volver a ilusionarme y fracasar. Ya no tengo ganas de salir un viernes, dispuesta a comerme la noche, ponerme una mini falda, mis tacones de diez centímetros, dispuesta a encontrarme el amor de mi vida, y volver a casa hecha una puta mierda, peor aún que cuando salí, con las ilusiones por los suelos. Estoy cansada ya de perder, perder sin merecerlo, y perder a quien merece la pena.
Pero cada día de la vida, es una nueva oportunidad, y si soy de segundas oportunidades, no puedo desaprovechar ni un sólo día más.

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