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jueves, 23 de junio de 2011

- La vida da mil vueltas, lo que un día parece prometer, al día siguiente te destruye por dentro y te hace polvo. Como si hubieses estado en un conflicto armado, como si se tratase de una guerra. Porque no hay peor batalla que el amor. El amor, cuando no muere, mata. Es el más bonito de los sentimientos pero también el más temerario, el más costoso.
Él, el chico del que me enamoré, con quien hablaba, al que escuchaba, muchas veces no tenía ni idea de lo que me hablaba, pero me hubiese gustado parar el mundo en medio de aquella conversación. Me hizo volver a ilusionarme, me hizo volver a creer en el amor. Lo que en principio parecía uno más, se convirtió en ese más. Cada mañana me levantaba, y sabía que iba a verle, que sólo tenían que pasar unas horas para tenerle allí en frente, en aquella acera. Pero yo, pasaba desapercibida, él entre multitud de amigos. Los mismos de siempre. Siempre en el mismo lugar, con la misma gente. Me acostumbré a salir por el instituto y encontrármele de frente, soltarle una sonrisa, y caminar hacia mi casa pensando en el momento en el que me había mirado. Como si fuese una estúpida, sí, así me siento ahora. Sólo quería llegar a casa para hablar con él, aunque sólo fuesen cinco minutos, ese ratito, me compensaba. Era genial. Creí que no era como los otros de mi pasado, me demostró que podía confiar en él, que estaba ahí, que era especial. Y caí, caí en su juego, en sus redes. Me enamoré. Durante ocho meses he perdido el tiempo, pero ha sido el mejor tiempo perdido de mi vida. Él, era mi vida. He aguantado con él, lo que jamás habría imaginado, me volví inreconocible. Dejé de ser tan amiga con mis amigos, dejé de ser aquella chica cariñosa con los míos. Para no fallarle, para que no pensase que yo era como una chica cualquiera. Yo también quería ser especial para él. No sé muy bien, si llegué a conseguirlo, pero a mí me hizo sentir eso, especial. Me quedo con los buenos ratos, con las risas que juntos hemos pasados, con las confidencias, con nuestras conversaciones y con nuestros piques, que son lo que más fuerte nos han hecho. Pero todo cambia. Y lo que un día parecía estar a mi favor, se volvió en contra. Apareció otra. Otra que jamás imaginé que podía acabar con lo nuestro. Pero así fue.
Ahora, desde aquí, me permito escribir esto llorando, porque él no se hace a la idea de todo lo que fue y aún hoy es para mí. No entendería nada. Dejé pasar mi oportunidad por no entregarme, para no fracasar. Y sin embargo, nos quedamos en el intento.
Ahora él, disfruta de cada día con ella. Ella es quien le tiene, quien ganó la batalla. Yo soy la que se quedó al margen, la que no quiso ir más allá por temor o por falta de iniciativa. Yo soy la que hoy les ve pasar por mi lado, la que tiene que agachar la cabeza para no empezar a llorar. Soy yo, la que se martiriza día tras día por lo que pudo ser y no fue. Pero ambos somos culpables.
Hoy mismo les vi, pasaron al lado mío, en el instituto, de frente me los encontré, no quise perder mi tiempo en mirarle, de lo nuestro ya no queda nada, ni amistad tal vez. Nos hemos consumido, como si de una vela se tratase, nos apagamos. Yo ya no sé lo que siento, sé que todo eso que le quise, se fue evaporando, sé que el daño causado fue la gota que colmó aquel vaso. Él fue mis sonrisas y mis lágrimas durante mucho tiempo.

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